El difícil día a día de tres peruanos que han decidido no vacunarse - Caretas Nacional. (Caretas)

César Munayco, del Minsa, señala que la aproximación al no vacunado debe ser propositiva. “La idea no es estigmatizar a las personas. La Organización Mundial de la Salud recomienda que escuchemos por qué la población no quiere vacunarse, y darle evid
César Munayco, del Minsa, señala que la aproximación al no vacunado debe ser propositiva. “La idea no es estigmatizar a las personas. La Organización Mundial de la Salud recomienda que escuchemos por qué la población no quiere vacunarse, y darle evidencias para que pueda absolver sus dudas”. De hecho, a finales del año pasado el Minsa lanzó un video musical en el que participan artistas como Julio Andrade, Bartola y la Tigresa del Oriente motivando a los peruanos a vacunarse.
Mensajes como los de la campaña “Vacunadas y vacunados unidos” enfrentan a unos con otros en una sociedad ya de por sí polarizada. Para el profesor de filosofía de la Universidad del Pacífico Cesare del Mastro, se está apuntando a una obligación moral sin ningún tipo de matiz. “La no problematización produce mensajes maniqueos, simplificadores, reductores del otro y de la opinión diferente que caen en la caricaturización”. Para el filósofo existe riesgo de una confianza ciega en el discurso científico “que anula cualquier crítica o cuestionamiento, actitudes propias del quehacer científico”, lo que lleva a imponerse desde el Estado una visión absolutista del bien, sin que haya espacios de diálogo ciudadano que establezcan cuál es ese bien común. “Ese es el origen del autoritarismo y la violencia”, dice Del Mastro.
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El difícil día a día de tres peruanos que han decidido no vacunarse. Una tarde de diciembre Alberto conversaba con su vecino y su esposa, en la calle y con mascarilla, cuando contó que no estaba vacunado. Casi de inmediato, la mujer regresó a su casa y su marido apuró en terminar el encuentro. Así, de pronto, se quedó solo en medio de la calle, y cada vez más en su vida social. Alberto tampoco puede ir a la casa de su mejor amigo porque la esposa de éste no se lo permite. Ni bien digo que no estoy vacunado contra el coronavirus, se alejan de mí, dice. Alberto, un representante gremial que vive en Lima, desiste de vacunarse a pesar de que su sobrina contagiada con Covid-19 estuvo siete meses en UCI. Señala, como preocupación, que su madre de 97 años, seis días después de su segunda dosis, sufrió un derrame cerebral que la ha dejado con la parte izquierda del cuerpo paralizada. Para Alberto no es una casualidad. Y como en mayo del 2020 él y toda su familia tampoco vacunada se contagiaron, dice tener inmunidad natural. Inmunólogos y publicaciones científicas han señalado que la protección tras el contagio puede ser incluso mayor que la de las vacunas, pero no dejan de recomendar la vacunación. El problema de solo confiar en la inmunidad natural, dice César Munayco, director general del Centro Nacional de Epidemiología, Prevención y Control de Enfermedades del Ministerio de Salud, es que su duración es variable y no impide la generación de nuevas cepas. Además, Alberto duda de las productoras farmacéuticas porque en la mayor parte del mundo están eximidas de indemnizaciones si sus vacunas causaran efectos secundarios graves en la población. Aunque han ocurrido, son muy inusuales en comparación al universo de vacunados. Alberto dice que estos argumentos son suficientes para no vacunarse. No creo en teorías conspirativas ni en los chips. Tengo mucho cuidado con la desinformación. Me sigo cuidando como todos deben cuidarse y siempre ando con mascarilla, comenta. A pesar de eso, dice ser tratado como leproso, como persona non grata. Como Alberto, Sofía y Teresa se sienten cada vez más marginadas por sus círculos sociales y el Estado. Estos tres ciudadanos peruanos que no se han querido vacunar aceptaron declarar para este reportaje bajo condición de anonimato, temerosos de perder sus trabajos, de represalias y de aún mayor alienación, motivo por el cual sus nombres han sido cambiados. Alberto, Sofía y Teresa están impedidos de ir a restaurantes, supermercados, bancos, cines, tiendas, farmacias. No pueden hacer ciertos trámites porque el Estado les prohíbe el ingreso a diversas instituciones públicas. Este periodista, con vacunación completa y dosis de refuerzo, fue impedido de ingresar a una agencia de la Sunat en Barranco cuando dijo en la puerta que no estaba vacunado. Unas cuadras más allá, en el Banco de la Nación, los vigilantes también lo dejaron en la calle. Comentada campaña publicitaria. Para los no vacunados no se trata solo de un impedimento de acceso. Para ellos, su propio Estado los trata como enemigos públicos. En las últimas semanas, una campaña de comunicación del Gobierno ha generado esa imagen. Un spot muestra a un estudiante universitario, vestido con un polo que dice Omicron, a quien su profesor le impide el ingreso a clase. El joven es tratado como arrogante e ignorante y su profesor termina diciéndole que desaparezca. En otro, una chica presenta a su enamorado en una cena familiar. Cuando dice que no está vacunado, la madre de la joven le pide también que desaparezca. El propio título de los spots en redes sociales Vacunadas y vacunados unidos habla de crear un frente contra los no vacunados, de desaparecerlos. Los publicistas Ximena Vega y Andrés Briceño coinciden en que la campaña es incorrecta. Es fatal, está muy mal pensada, dice Vega, para quien los spots convierten a los no vacunados en parias y refuerzan su posición contra la vacuna. Para Briceño si lo que se busca es que la gente se vacune, dejarla de lado, hacerla sentir que no es parte de la sociedad, no cumple el objetivo. Uno no se vacuna porque sea el chiquito malo. No se vacuna porque tiene miedo y ese miedo solo se puede combatir con educación, con tranquilidad, con conciencia. No podemos combatir el miedo con odio. Ambos publicistas comentan que la campaña polariza en lugar de promover la vacuna, y Alberto, Sofía y Teresa coinciden. Sienten que los han deshumanizado, que los han tratado como enemigos por no ponerse una vacuna nueva que por el momento les genera desconfianza. CARETAS intentó comunicarse en varias ocasiones con la Secretaría de Comunicación Social de la Presidencia del Consejo de Ministros ( PCM ), pero no obtuvo respuesta. César Munayco, del Minsa, señala que la aproximación al no vacunado debe ser propositiva. La idea no es estigmatizar a las personas. La Organización Mundial de la Salud recomienda que escuchemos por qué la población no quiere vacunarse, y darle evidencias para que pueda absolver sus dudas. De hecho, a finales del año pasado el Minsa lanzó un video musical en el que participan artistas como Julio Andrade, Bartola y la Tigresa del Oriente motivando a los peruanos a vacunarse. Mensajes como los de la campaña Vacunadas y vacunados unidos enfrentan a unos con otros en una sociedad ya de por sí polarizada. Para el profesor de filosofía de la Universidad del Pacífico Cesare del Mastro, se está apuntando a una obligación moral sin ningún tipo de matiz. La no problematización produce mensajes maniqueos, simplificadores, reductores del otro y de la opinión diferente que caen en la caricaturización. Para el filósofo existe riesgo de una confianza ciega en el discurso científico que anula cualquier crítica o cuestionamiento, actitudes propias del quehacer científico, lo que lleva a imponerse desde el Estado una visión absolutista del bien, sin que haya espacios de diálogo ciudadano que establezcan cuál es ese bien común. Ese es el origen del autoritarismo y la violencia, dice Del Mastro. La crisis generada por el coronavirus llevó a Teresa a abrazar con más entusiasmo su fe cristiana. Asiste continuamente a misa, una rutina que es indispensable en su vida. No tenía problema en entrar a su templo hasta que el Gobierno anunció que, a partir del 10 de diciembre del 2021, para ingresar a espacios públicos cerrados, las personas deben tener vacunación completa. Teresa no estaba vacunada. Para mí era muy duro que no me dejaran entrar a misa por no tener el carné. Mi lógica fue aceptar todo lo que me permitiera estar al lado de mi Dios. Pero el Estado me obligó a hacer algo que no quería hacer, dice Teresa. Ella optó por vacunarse recién el 11 de diciembre, un día después de la entrada en vigencia de las restricciones, y mucho después de cuando le tocaba la inoculación según su edad. Vacunarme antes me hubiera puesto en aprietos con mi fe, dice. Se refiere a que entonces la única vacuna disponible era Pfizer, que en su etapa de ensayos utilizó una línea celular proveniente del hígado de un feto humano abortado en Holanda en 1973. De hecho, en Estados Unidos y Canadá líderes católicos levantaron objeciones éticas a las vacunas que utilizan líneas celulares cuyo origen fueron fetos humanos abortados, como el de 1973, y otro de 18 semanas, abortado en 1985, del cual se extrajeron líneas celulares de la retina. Las líneas celulares son cultivos de células que crecen en un laboratorio y funcionan como un huésped en el que un virus se reproduce. De ahí se replican. La vacuna contra el Covid-19 no contiene células fetales o tejidos humanos, como ha circulado en redes sociales. Tampoco se requieren nuevos abortos. los realizados en 1973 y 1985 son los únicos utilizados para replicar líneas celulares, un proceso que se puede repetir infinitamente. Similares líneas celulares se utilizan para vacunas como la rubeola, el sarampión, la hepatitis A, entre otras enfermedades. La Arquidiócesis de Nueva Orleans, que ha tratado el tema, señaló que Pfizer y Moderna son moralmente aceptables, como reportó la BBC. Pfizer, al ser una vacuna sintética, no requirió el uso de las líneas celulares del feto abortado en 1973 en su fabricación, pero sí en la etapa de ensayos. La vacuna Pfizer no era una opción para Teresa, incluso a pesar de una dispensa del Vaticano. Cuando comenzó la inoculación con Sinopharm, que en ninguna de sus etapas utiliza líneas celulares, optó por ella. Munayco, del Minsa, señala que la idea no es estigmatizar a las personas. Su negativa inicial a vacunarse le trajo severos problemas y discusiones con su padre, médico de profesión. Mi padre estaba muy mortificado. Tenía temor de que me enfermara y terminara en UCI. Decía que era mi responsabilidad. Mi hermano menor me presionaba, cuenta Teresa, cuya preocupación ahora es que se comienza a exigir una tercera dosis cuando la vacuna predominante es Pfizer. Si dejo mis dos trabajos por no ponerme una tercera dosis, les rompería el corazón a mis padres, pues su satisfacción es que yo sea una profesional, dice Teresa, una especialista en relaciones públicas de Lima que optó por hablar para este artículo bajo condición de anonimato por el riesgo de perder su trabajo. Considero que hablar es mi deber. No se habla de quienes piensan que vacunarse con determinado tipo de vacuna es inmoral; no se habla de la ética con la cual han sido producidas las vacunas, el motivo principal de muchos cristianos [para no vacunarse]. Eso debe ser tomado en cuenta por el Estado; somos un grupo muy grande de personas. Sofía es una abogada de Lambayeque que no se ha vacunado por las dudas que tiene sobre eventuales efectos adversos a largo plazo y porque considera que la vacunación debe ser opcional. Ha tenido que modificar su sistema de cobranza en el trabajo, pues ya no puede entrar a agencias bancarias para hacer efectivos los cheques que anteriormente le giraban. Para evitarse más problemas de ese tipo, quiere retirar su dinero del banco, pero no puede entrar a recogerlo. Tampoco puede asistir a algunas reuniones de trabajo porque le piden carné de vacunación. Publicistas Ximena Vega y Andrés Briceño coinciden en criticar la campaña. Tiene inmunidad natural por haberse contagiado de Covid-19, pero la excluyen de algunos grupos sociales. Hace algunas semanas, durante la celebración de fiestas de fin de año, no la invitaron a un intercambio de regalos. Muchas personas cercanas me tratan como una persona de menor capacidad intelectual. Me hacen sentir como una apestada. Hay mucha discriminación, dice Sofía, que insiste en la necesidad de utilizar mascarilla y lavarse continuamente las manos con alcohol. Para Sofía, las medidas de restricción contra los no vacunados son inconstitucionales, un tema harto debatido en el Perú y el extranjero. El constitucionalista Luciano López señala que la figura clave en las restricciones que ha impuesto el Gobierno a los no vacunados es qué tan razonable es la tensión entre el derecho al libre albedrío y la decisión totalmente autónoma, de un lado, y la política de Estado de resguardar la salud y el derecho de las personas de no contagiarse, de otro. Puede haber situaciones en las que la restricción resulte muy intensa. Por ejemplo, en el caso de una persona que no se vacuna por una afectación a la salud, comenta el abogado. Ya se ha discutido en los medios de comunicación la falta de razonabilidad en la clausura de playas durante Navidad y Año Nuevo, el toque de queda y el cierre de colegios y universidades. Si las autoridades no son competentes en su razonabilidad de medidas, la ciudadanía tendrá que tomar acciones. Los ciudadanos debemos dejar el rol pasivo, señala López. Ese fue el caso de los padres de familia que salieron a las calles en agosto del año pasado para exigir el retorno de clases presenciales en los colegios. En otros países, miles de ciudadanos han protestado en rechazo a nuevas restricciones y medidas de confinamiento, hartos tras casi dos años en esa situación. Además de las calles, otros espacios para tratar la razonabilidad de las restricciones son los juzgados. Así ocurrió en Brasil, donde en diciembre del 2020 el Supremo Tribunal Federal autorizó por amplia mayoría ( 10-1 ) a gobiernos federales y locales a restringir el acceso a lugares públicos cerrados a quienes no están vacunados. Si bien para uno de sus magistrados, Ricardo Lewandowski, la vacunación forzada es flagrantemente inconstitucional, la salud colectiva no puede ser perjudicada por personas que deliberadamente rechazan ser vacunadas, reportó la BBC. En el Perú, la abogada Beatriz Mejía presentó ante la Corte Superior de Lima en noviembre del año pasado una demanda de acción popular contra los Decretos Supremos 167-2021 y 168-2021 de la PCM, que ella declara inconstitucionales por establecer restricciones y limitaciones al derecho a la libertad de tránsito de las personas. Alberto, Teresa y Sofía no descartan eventualmente vacunarse. Las restricciones no les permiten hacer una vida normal. Alberto, en cuyo trabajo saben que no está vacunado, debe hacerse una prueba PCR semanal, lo que puede implicar un costo de hasta S.1,000 mensuales. Dice que no quiere seguir pidiendo carnés de vacunación prestados para ingresar a ciertos lugares. Y extraño los restaurantes, comenta. Teresa, por su parte, no quiere una tercera vacuna de Pfizer, pero probablemente esa sea la llave para poder ir a misa. Si lo hago, estaría siendo coaccionada. Y Sofía quiere esperar un poco más y confirmar que no haya mayor efecto secundario. Cualquiera sea la razón de estos tres peruanos, no se han vacunado por ser 'antivacunas', sino porque quieren analizar la situación y ver qué sucede próximamente antes de meterse una sustancia al cuerpo. Por su posición, no solo se ha hecho oídos sordos a sus dudas y preocupaciones, sino que han sido rechazados, marginados y convertidos en un otro indeseable, en un enemigo público, por la sociedad y su propio Estado. Escribe: Rodrigo Salazar Zimmermann Estos tres ciudadanos peruanos que no se quisieron vacunar aceptaron participar en este reportaje bajo la condición del anonimato, debido al temor de perder sus trabajos y ser objeto de mayor alienación.
29/01/2022 19:12:00
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